Escritor, periodista y abogado. Vizcaíno Casas es uno de los nombres que escribimos en mayúsculas cuando hablamos de los personajes públicos que han visitado nuestro hotel. No solo por su innegable importancia en nuestro país, sino porque ha sido para el Arcipreste una fuente de inspiración e historias que contamos una y otra vez en nuestro lounge bar, a quienes quieran escucharnos, a quienes quieran revivir parte de nuestra historia.

Esta vez nos acordamos de Vizcaíno Casas desde un punto de vista aún más cercano. Hemos hablado con su hijo, Eduardo Vizcaíno Casas, de sus recuerdos sobre su padre y el Hotel Arcipreste. Y como no, sobre Buero Vallejo, nombre imposible de obviar cuando hablamos de las anécdotas en las que Vizcaíno era protagonista. Esa era la maravilla que acontecía en Navacerrada por aquella época. Los símbolos de las dos Españas unidas personalizadas en Vizcaíno Casas y Buero Vallejo jugando al dominó en nuestra terraza. Dos almas antagonistas unidas por una amistad insondable. Eso sí, no se hablaba de política. Un tabú infranqueable que nunca salía a la luz, lo que no les impedía discutir sobre cosas más banales.

Eduardo nos cuenta cómo su padre se cabreaba con Buero Vallejo porque este taraeaba mucho. No le gustaba a Vizcaíno que el guadalajareño cantase tanto. Además, el dominó fue una de sus puntos fuertes y débiles. Fuertes porque les unía como un lazo invisible en las tardes en el Arcipreste, y débiles porque fue el culpable de muchas de sus discusiones. Además, como todo buen equipo, tenían una pareja temida formada por Luis Molowny y Antonio Ruiz (ambos ex futbolistas del Real Madrid y, en ese momento, entrenadores). Según palabras de Eduardo parafraseando a su padre, esta pareja de jugadores les daban “auténticas palizas al dominó”.

Es esta la faceta más conocida de ambos, la del dominó, junta a la de sus encuentros con los jugadores del Real Madrid cuando estos se hospedaban en el hotel. Vizcaíno era más abierto que su compañero a la hora de hablar con futbolistas y hacer amigos. No dudaba en compartir mesa con muchos de ellos, hablando de fútbol, del que era todo un experto y buen seguidor del equipo madridista.

Pero no era el dominó el único juego que le gustaba a Vizcaíno Casas. El tenis era su segundo gran placer deportivo. En el mes de agosto, no pasaban las 13.00 horas de la tarde cuando dedicaba su tiempo a echar unos partidos en las instalaciones junto a otros nombres como Óscar Herrero (hermano de Antonio Herrero, nuestro director) o Quique -Enrique- Buero (tristemente fallecido en un accidente de coche años después).

Hablaba Vizcaíno de dos “baños” después del tenis. La piscina cumplía sus expectativas en este caso, siendo el ‘baño exterior’ después de cada partido. La obligada cerveza con limón era el ‘interior’, denominada así de forma graciosa por el escritor.

Pero hay una anécdota de las que nos cuenta Eduardo que nos llama la atención. Se centra en los finales de verano en nuestro hotel, cuando se daba una fiesta para despedir la estación estival en la que muchos de los clientes ofertaban sus productos para regalarlos en una gran rifa en la que la cesta de marisco era el premio gordo. Regalos, bailes y copa eran, por tanto, los encargados de decirle adiós al calor, y Vizcaíno Casas y Buero Vallejo de hacer las presentaciones del espectáculo.

Así era él, Vizcaíno Casas, y así lo vivió nuestro hotel. Este es solo un pequeño acercamiento a algunas de las vivencias que se dieron en Navacerrada y que no son ni una ínfima parte de las que realmente sucedieron. Gracias Eduardo, por acercarnos un poco más a tu padre.